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Under the iron sea – Keane

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De cuando en cuando aparece un disco que nos sorprende cuando menos lo esperábamos y toma nuestro ánimo como rehén absoluto para luego enquistarse en lo mejor de nuestros recuerdos.

Aunque sus temas me gustaron a la primera escuchada por su fuerza melódica y talento para insuflar la música con lo que la hace inolvidable, tenía una cierta reserva hacia el primer disco de Keane, motivada quizás por la multitud de nuevas bandas que entonces ensayaban la recién resucitada vena de ese pop/rock lustroso y cantable que parecen representar; pero ¡diablos! Algo allí me enganchaba…fueron, por un corto tiempo, un pequeño pecado secreto. Pero desde mi primer encuentro con su nuevo trabajo quedó claro que estaba -desde la persistente atmósfera de ensueño que envuelve todo el disco, pasando por su título evocador de enigmáticas y oscuras fábulas épicas, y hasta la sobria y elegante simplicidad de su hermoso diseño de carátula-, frente a un clásico instantáneo de exultante melancolía pop.

Yo no sé sí Tom Chaplin, Richard Hughes y Tim Rice-Oxley se habrán visto, durante las duras y conflictivas sesiones de grabación de Under The Iron Sea –que atentaron contra la supervivencia misma de la banda-, afectados por el tan británico delirio de “somos la mejor banda del mundo”, pero los resultados hubieran más que fundamentado sus devaneos de grandiosidad; la certeza melódica, la riqueza ornamental y esa armonía brillante y susurrante que era el telón d fondo de Hopes &Fears se encuentran aquí de nuevo, pero redimensionados y recombinados de una manera que sólo puede ser calificada de inspirada. Este es el tipo de disco que una banda logra al cabo de varios años de ensayo y error, de resacas derrotistas y borracheras victoriosas, o que simplemente no logra nunca; una promesa seductora sobre las insospechadas posibilidades de quienes hace apenas un par de años parecía un fuerte candidato al “One Hit Wonder Award” de aquel entonces (si bien pegaron más de un tema).

Que no se engañen los escépticos anti-pop, incondicionales del riff guitarrero y la distorsión, UTIS es un trabajo cargado de añoranza no resuelta y de penumbra inminente, en el que en medio del brillo cristalino de una producción casi demasiado perfecta, se atisban y filtran confesiones de dolor enterrado, mas nunca sofocado. No hay casi pasaje en el que la claridad melódica y anímica no están salpicadas aquí y allá por una melancolía, que se asoma como tímida pero que amenaza con hacerse inminente –sin nunca consumarse- a medida que los temas se agolpan en nuestra memoria.

El resultado no es el mero pop melódico que pareciera a primer vistazo, sino una pequeña joya de intensidad harmónica y emocional, un verdadero torrente sónico que nos arrastra consigo, nos revuelve y desorienta mientras nos sumerge dentro de sí, y nos hace experimentar la paradoja de un placer en el que conviven y se refuerzan, de manera hipnótica, la belleza y angustia. Como el grito de un alma en busca de una esperanza en la que aún cree pero que siente que se le escapa de las manos, o el cuento infantil nunca escrito para el huérfano que todos llevamos dentro.

A Favor: Aparte del innegable talento que la banda demuestra aquí para hacer melodías que son como metralla emocional para el alma, UTIS es un trabajo realizado con una precisión diabólicamente milimétrica, y el pulso inquebrantable de quien sabe exactamente lo que hace. Y que, además, se sabe el mejor en lo que hace. Andy Green (productor) y la banda logran un equilibrio casi sobrehumano -y difícil de creer si uno no lo escuchase- entre la perfección fría de las atmósferas de teclados y la intensidad casi caótica de las emociones cantadas por Tom Chaplin (él mismo sobrecargado de pasión y sustancias). Cuando escuchamos esos modestos pero inspirados pasajes de “guitarra”, no queremos saber realmente que se trata de Tim Rice-Oxley haciendo efectos con su teclado; y el resultado es tan consistente a lo largo del disco, que se termina sintiendo como algo absoluto, con la intensidad de lo introspectivo; muy, muy existencial. ¿El tema estelar introductorio?: el brillante y hermoso –y hasta algo triste- Crystal Ball, inspirado, dicen, en Morrisey; de allí en adelante todo es cada vez más hacia lo profundo.

En Contra: La carga de toda buena banda inglesa de pop es que tiene demasiada deuda con cualquier cantidad de antepasados notables e “inimitables”, y por más que Keane haya forjado por sí mismos y para sí, la gigante ola del pasado regresa siempre para arrastrarnos con la resaca de la perspectiva. El ensueño fantasmagórico de Radiohead parece llevar de la mano a temas como Broken Toy, y mientras más escuchamos otros, más descubrimos la influencia infaltable: The Beatles, que para remate en este caso parece tener más del McCartney más afable que de Lennon. Pero el espectro que más se resiste al exorcismo es el de U2. La influencia y aún vigencia de la banda de Bono y sus amigos es tal, que quizás se han convertido en una fuente inescapable de nutrición musical para los artistas de este género; tan básico como el ABC del pop rock contemporáneo. Por eso aquí escuchamos, por ahí medio asomándose, como unas ansias de esa grandiosidad y trascendencia inspiradora que ha sido el himno y credo de estos irlandeses. Pero hay que aceptar lo fútil del intento: U2 es y seguirá siendo, como lo ha sido desde mediados de los 80s, la banda por antonomasia de los sueños recónditos, las nuevas esperanzas y los horizontes inexplorados. Como bajón adicional, en el intento de seducir nuestras mentes con toda esa atmósfera emotiva de capas de teclados y distorsiones sónicas, el trabajo extremadamente sólido y contundente de la sección rítmica, que tenía el protagonismo de latidos vitales en Hopes &Fears, se ha diluido un tanto, restándole algo de poder a las paredes sonoras de la banda.

Veredicto: Los pecados de juventud deben saber perdonarse. La audacia de Keane para plantear un sonido propio, bien definido y con fiereza, desde su mismo debut ya es apabullante y eso debe aplaudirse. No hay dejadez ni apatía en estos tipos, por lo que en este segundo trabajo las objeciones son en su casi totalidad producto de su deseo de desbordar el obvio talento que traen consigo; el síndrome del grito contenido, de la necesidad de vivir y morir rápido, pero intensamente. Y este es un disco vivo, del momento, pero trabajado con la ambición y determinación de quien tiene en manos material para dejar huella. Melodías prístinas, arreglos brillantes e inspirados, producción de altura y mucho feeling; de eso se consigue en el pop/rock actual, pero no siempre con esta concepción colosal

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Etiquetas: Keane

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