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Chris Cornell, mi dolor de cabeza

Chris Cornell, de Soundgarden y Audioslave, cumple 3 años de haberse ido al sol del agujero negro. En oidossucios lo recordamos oyendo el disco Superunknown.

Hoy 18 de mayo se cumplen 3 años de la despedida del último cantante de grunge: Chris Cornell. Cuando se fue Scott Weiland, sabía que iba a pasar hoy o mañana. Qué mal. Pero ¿Chris?

En lo musical, a pesar de dos discos en solitario de calidad dudosa, había logrado el reconocimiento de la crítica -si es que la necesitaba-. Y en el 2012, contra todas las apuestas, reunió a Soundgarden para sacar “King Animal”, un disco que nos anunciaba lo que tenían reservado. En lo personal, Chris era todo un papá: casado, con hijos, vida de hogar y portándose bien desde hace mucho ¿Cómo podía pasarle algo así?

Pensar en Chris Cornell y Soundgarden es recordar los tiempos del Superunknown. De chamo siempre soñaba con trabajar en una tienda de discos y que me pagaran con CD’s. A los 17 años lo logré y en mi primera paga me dieron a elegir el disco que yo quisiera. Uno de ellos fue el Superunknown de Soundgarden, del que solo había escuchado Black Hole Sun y Spoonman en MTv, como todo el mundo.

Recuerdo que tardé varias semanas antes de abrirlo. Cuando por fin lo puse por primera vez tuve que quitarlo a la tercera canción. Me produjo mareos y dolor de cabeza, y todavía me faltaban 12 canciones más. Pensé que había cometido el gran error de mi vida con este disco inescuchable. Los solos de guitarra eran tortuosos, el bajo te sonaba en la cara, los ritmos de batería impredecibles ¡No podía adivinarle un solo repique a Matt Cameron! Pero sobre todo la voz de ese tipo… Chris Cornell. Cantaba atormentado, con la garganta sangrando. No había una sola canción que no sufriera hasta el final. Yo estaba acostumbrado a sonidos más fáciles como los de Stone Temple Pilots o Pearl Jam. Pero Soundgarden tenía eso: no era un grupo fácil. Lo siento, pero esto como que no es para mí.

A la semana siguiente le di a Superunknown una segunda oportunidad. Esta vez llegué a la quinta o sexta canción y tuve que quitarlo de nuevo. Lo que más recuerdo era el dolor de cabeza que me dejaba cada vez que lo ponía. Mi cerebro no entendía qué estaba escuchando, no podía darle forma. Aunque por el otro lado, sabía que detrás de ese disco negro de letras blancas (¿o eran amarillas?) había escondido algo valioso.

Días después agarré mi mini-componente para escuchar música mientras jugaba béisbol en un Sega Genesis. Esta era la tercera oportunidad que le daba, y si esta vez no funcionaba, ya tenía planificado ir a venderlo a la tienda CD Solution que quedaba en Plaza Las Américas. Le di play, me di media vuelta y me puse a jugar. Lo dejé sonando como hilo musical de esa tarde de domingo. Y ese día pasó algo entre ese disco y yo, porque lo que antes me había hecho ruido, ahora de pronto tenía sentido. Los sonidos encontraban de manera natural su sitio en mi cabeza, como si antes sólo hubieran estado moldeando mi cerebro para cuando llegara este momento.

Yo tenía mis ojos puestos en la pantalla, pero el resto de mis sentidos estaban en lo que estaba sonando. La música me entraba por la ropa, por el pelo, por la espalda. Recuerdo clarito cuando pensé con pausa entre palabras “no puede-ser lo-que-estoy escuchando”. Estaba tan eufórico que varias veces paré el juego y le grité a la radio “¡Pero qué es esto!”, regresaba la canción y la volvía a empezar.

Juro que todo esto es verdad y no estoy exagerando una sola palabra. Quien me conoce y haya hablado del Superunknown conmigo ha escuchado este cuento exactamente así. Desde esa vez Soundgarden es de mis grupos y sonidos imprescindibles en la vida. Fue descubrir que en música me quedaba mucho por experimentar. Que no todo podía ser un 4/4, un rockcito ahí, un riff barato.

En otros géneros los grupos se pueden disolver, retirarse, morirse y no pasa nada porque vendrán otros y ya está.

Pero no va a venir otro Chris Cornell. No hay otro como él.

Foto: Paul Bergen/Getty

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