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Viaje a la dimensión metalera desconocida

La primera entrega de los Premios Metal Hecho en Venezuela se llevó a cabo el pasado 17 de enero en La Bronka. Gillman acaparó la atención y los premios.

Por Alberto Vento

Estoy cansado de escuchar cosas como “al rock nacional nadie lo apoya”, “apoya al rock nacional” y mi favorita “el rock nacional le da tres patadas a cualquier cosa del exterior”. Entre tantos lamentos y juicios desacertados, aplaudo la iniciativa de “Ariah Records” y “Melomaniac Distrubution” al crear los “Premios Metal hecho en Venezuela” con la finalidad de, cito: “darle apoyo, estímulo y rendir un homenaje a los nuevos y a los consolidados talentos musicales del género Metal”.

Si hablamos de galardones para el metal venezolano, no aguarden un teatro con las sillas reservadas para músicos y celebridades, un anfitrión haciendo comentarios “chistosos” sobre el acontecer americano, una tarima poblada de luces y mucho menos esperen ver a los asistentes vestidos de etiqueta. Por Dios, se trata de metal hecho en casa. Lo regular era codearse entre camisas negras estampadas con las carátulas de los discos del género, greñas largas y botas de cuero (¡Gracias Rufi por hacer mi sueño realidad!). Vaya manera de comenzar mi agenda de conciertos de este año.

El subterráneo respectivo fue “La Bronka”. Al entrar unas escaleras adornadas con plexos de almas hablando, fumando o descansando precedían el lugar que parece otrora un complejo de apartamentos de la clase media caraqueña de la años sesenta del siglo pasado, ahora utilizado para el derrape en nombre del rock. Adentro una barra, tarima, cúmulos de franelas negras atrincherados en la oscuridad pertinente y televisores reproduciendo viejos videos de Gillman y Arkangel en Sonoclips amoblaban el sitio. Aparte de reírme y preguntarme quién rayos puede archivar videos de Sonoclips, mi mente ocupó su atención en algo obvio: había entrado al mundo metalero. Una suerte de dimensión párela de la vida que conocemos, donde el tiempo sólo existe para envejecer a sus habituales. Basta con observar y comparar al Gillman hace quince años tocando a casa llena en el Poliedro con el actual para entender a que me refiero.

Con un pequeño retraso de media hora comenzó un evento signado por la sorpresiva tranquilidad de sus asistentes. Cuesta creerlo, pero no se formó ninguna pelea que reivindicara el nombre del local. La camaradería reinaba. Ese amiguismo y buena vibra quedó demostrado cuando se anunciaba la entrega de un premio: “Bueno mi panas, OK OK sonido…Bueno, vamos a entregar el premio al mejor bajista, Los nominados son…. Y el ganador es “pepin”. Tremendo bajista, muy versátil”; y cuando los afortunados agradecían su trofeo (una suerte de sierra en acrílico): “Gracias mi pana de verdad que no me lo esperaba…. Que viva el metal No JODAAAAAA!!!!!!!”.Así transcurrió toda la noche; uno a uno fueron desfilando bandas invitadas, premios y ganadores.

Respecto a las apariciones especiales, todas las bandas destacaron apelando a la potencia en la ejecución de sus instrumentos. Resaltó la estupenda vocalización del cantante de “Penumbra Leal”, lástima que fue muy corta su presentación. Mi actuación preferida fue la de Pablo Mendoza quien al tocar la guitarra parecía multiplicar sus dedos sobre las cuerdas. Increíble y alucinante, sin duda de los mejores guitarristas que haya parido nuestra tierra. Pero como “nada” puede ser tan bueno, de la “nada” vino esta banda punk vestida con sobretodos negros y cadenas de aluminio. Le hacen honor a su nombre; no sirven para “nada”. Nunca cambien. Bueno dudo que su talento les dé para algo. Yo no logro entender, porque tienen que modificar su voz al hablar emulando una criatura de ultratumba atemorizante, como las que aparecían en aquellas viejas películas de terror de la década de los años ochenta. Adivinando su intención, me parece equivocada, pues quien sabe, a lo mejor el diablo es un ser provisto de los mejores modales humanos y una voz de locutor, y quizá los muertos en el más allá están muy felices entretenidos haciendo todas las cosas que la vida les vetó.

En uno de esos entretiempos, antes del cierre predecible del show por Gillman, aproveché para refrescarme afuera. Al salir constante las amenazas que hacía la Policía de Chacao contra quienes nos encontrábamos en las adyacencias del local. “Ciudadano entren o se van, quien este parado fuera va preso”, “¿Son sordos?”. Tal cual, como una mama regañando a sus gorriones, los uniformados valiéndose del pequeño poder que les da la placa y el arma que portan esquilaban a cuanto transeúnte vestido con harapos negros les antojara. Entiendo que tratan de cumplir su trabajo y que el ambiente es propenso al consumo de drogas, pero eso no les da derecho a maltratar a ciudadanos corrientes que sino fuera por su apariencia, no levantarían sospechas. Pregúntense, que sería de ustedes sin su uniforme. Mi crítica no va contra la institución, sino contra estos apoderados cuyos ataques han amedrentado la escena del rock nacional por mucho tiempo. Gracias a la diligente administración del episodio por parte de los organizadores del evento, la cosa no paso de ahí.

Retomando el show, la leyenda del metal venezolano comenzó su espectáculo. No estoy siendo sarcástico, realmente es así, Gillman es toda una celebridad en su ámbito. El tipo se luce. Su presentación fue impecable, paseándose por los temas más resaltantes de su repertorio. “GUERREROS ¿CÓMO ESTAN?”, gritó Paul al presentar una de sus canciones más conocidas. Paul, se mostró muy profesional evitando cualquier comentario a sus tendencias políticas, comprendió que sus seguidores estaban ahí para escucharlo por lo que sabe hacer, y no para perderle respeto cada vez que decide hacer gala de sus tendencias partidistas. Claro que, no podía faltar una de las suyas: “Vamos hacer un tema, de Cuauthemoc el disco que está en este momento de segundo lugar en Europa”. Yo pensé se trataba de un chiste, pero no, su última producción ocupa el segundo lugar en Croacia y Ucrania en el rubro “Metaleros tercermundistas con amor por el ridículo”. Pero un amigo me corrigió, diciéndome que se trataba del segundo piso de la Torre Europa de Chacaito.

Así terminó una noche memorable. No podré olvidar jamás las caras de satisfacción de los ganadores, sobretodo en aquellos que tienen años dedicados al metal y jamás alguien les había dado si quiera las gracias por su tarea. Mi más sincero reconocimiento a organizadores, promotores y todos los involucrados para este proyecto. Para ser la primera vez, estuvo muy bueno. Cuenten con mi apoyo.

Entonces, el rock nacional sí tiene apoyo, yo apoyo al rock nacional, pero para que el rock nacional le de “tres patadas” a cualquier movimiento extranjero hace falta mucho por recorrer. Afortunadamente, hay gente abonando esa ruta. Estos premios son un ejemplo. ¡Felicitaciones!

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