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Toy Story 3

El tiempo ha transcurrido desde la última entrega. Hoy Andy es un adolescente a punto de comenzar su tránsito por la Universidad, quien ha sustituido el mobiliario de su antiguo cuarto por los intereses comunes para todo joven de su edad.

Por Alberto Vento

Hace quince años la comedilla del mundo del cine nos refería a una historia sobre juguetes totalmente animada digitalmente. Era una confirmación: los ordenadores habían logrado penetrar todos los ámbitos del conocimiento humano, y el cine no sería su excepción.  Toy Story rompió el molde, Pixar desde entonces ha cosechado producciones de altísima factura que con su brillantes personajes, hilarantes historias e inolvidables direcciones han logrado separar esa antigua brecha entre las películas infantiles y los adultos, hoy casi inexistente.

En Toy Story 3, el tiempo ha transcurrido linealmente desde la última entrega. Hoy Andy es un adolescente a punto de comenzar su tránsito por la Universidad, quien ha sustituido el mobiliario de su antiguo cuarto por los intereses comunes para todo joven de su edad: afiches de música y artefactos de última generación condimentados con el desorden habitual de una cabeza en busca de orientación, como la de cualquier individuo a punto de transgredir las fronteras entre el inicio y final de dos etapas de su vida. Justo a un lado de esa habitación, reposan dentro de un baúl sus juguetes de antaño, o al menos los sobrevivientes, quienes también sufren ese estupendo conflicto de aceptación del cambio en el cual se desenvuelve la trama.

Woody, si acaso el más tenaz y reacio, aún guarda las esperanzas de volver a ser protagonista estelar de las aventuras de su amo mientras que el resto del grupo asume lo inevitable. Justamente cuando el vaquero es el único seleccionado para viajar a la Universidad, el resto de sus compañeros son confinados al ático y por un error casi fortuito son llevados a una guardería para niños de escasos recursos, dónde se encuentran con muchísimos juguetes y niños; el asilo soñado. Dominada por Lotso, un oso con aspecto saludable y bonachón, la guardería termina siendo una cárcel y no hay otra salida sino escapar.

Pixar hace su espacialidad: se supera a sí misma. Toda la cinta nos presentan personajes construidos desde la genialidad. Avanzando entre la cofradía de la amistad, compañerismo y la valentía, este inolvidable equipo se sobrepone ante las vicisitudes. Desde la audiencia todo se percibe con buen humor y atención, una invitación a retomar la aceptación por nuestro destino y descubrir nuestra misión en la vida, un tema ya recurrente en la cinematografía Pixar. Épicas son las escenas con Buzz Lightyear en clave sevillana y la aparición de Kent como homenaje a la ambigüedad. Como enseñanza los juguetes, como tantos objetos que rodean nuestras edades, son instrumentos de nuestras propias circunstancias a las cuales hay que sobreponerse para sellar nuestra vida, no se puede vivir a través del recuerdo.

Lee Unkrich (Toy Story 2, Finding Nemo) como Director  junto a  John Lasseter (Toy Story 1, Toy Story 2), Michael Arndt (Sí el mismo de Little Miss Sunshine) y Andrew Stanton (Wall-E, Finding Nemo y entre otros éxitos de Pixar) quienes se encargan del guión, brindan lo que podría ser catalogada como la mejor de la trilogía y, sin duda, de las mejores películas del año.

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